Cuesta
mucho sentarse a escribir una crónica, cuando ésta, sabes que va a ser muy dolorosa.
Pero cuanto antes me quite este peso, antes podré empezar a soñar de nuevo.
Llegaba
mi undécima maratón, y en casa, donde empezó todo. Esperaba cerrar el círculo
virtuoso de un sueño imposible. Estaba
fino, buena preparación, algunos menos kilómetros que en otras ocasiones, pero
de una intensidad importante.
Objetivo: ser sub 3 horas y celebrarlo con los
míos. Emocionalmente, no estaba nervioso, estaba muy sereno y con una confianza
infinita en mí. El plan era correr con la gran liebre de 3 horas, Juan Romero, porque sabía que me iba a aportar ese plus de tranquilidad y confianza que a veces, me
puede faltar. A partir del 30 entraría el enorme Víctor Lalanza para marcar los
4:15 por kilómetro y en los últimos kilómetros apretar si estaba fuerte. Un
plan sin fisuras, perfectamente estudiado y soñado noche tras noche. Nada podía
fallar.
SÁBADO:
Recogida de dorsales y tapeo tranquilo con mis amigos madrileños, David Cordonie
y su mujer, Elena. David corría la 10k y a parte, venía a animarme. Descanso
posterior, cena de hidratos y a dormir.
DÍA
DE LA CARRERA: Amanecía tranquilo, con sensación calmada, buena temperatura
para correr. Me junto en la salida con Víctor , que había venido a ver la
salida.
Cuenta
atrás y a correr… Enseguida me uno al grupo de 3 horas y vamos al tran tran. Aunque
no me gusta nada correr en grupo, me encuentro cómodo. Algún codazo, alguna
cruzada , pero todo controlado. Pasamos el 10 en 42:37, Juan animando frente al
ejército de caras serias que le seguíamos. Pasamos el tramo duro inicial de la
carrera, subidas, bajadas, giros hasta coronar en el Parque. Bajamos por
Cuéllar y pasamos la media en 1:29:55. Voy hidratándome bien.
La
gente del grupo se va quedando y voy observando que si antes estaba en el medio
del grupo, ahora me encuentro casi cerrándolo. Me parece que va a ser momentáneo.
Empezamos la subida por el tercer cinturón, los gemelos e isquiotibiales se me cargan
un poco, así que aflojo un poco, para luego reengancharme al grupo.
Fatídico
kilómetro 28. No marcho bien, me descuelgo algo más. Es duro estar sólo en la
nada, mientras el grupo se va. Aún pienso que me recompondré y que será una
anécdota. Paso el 30 en 2:08:24, sólo, con malas sensaciones.
Se une a mí Víctor, su cara un poema. Luego me dijo que iba blanco y con una cara horrible. Intenta animarme, me corta el aire, pero los ritmos son los ritmos, y es duro a 12 kilómetros saber que has vuelto a fracasar. Todo el rato le digo “no voy, no voy”. No sé como me pudiste aguantar, tú animándome sin parar y recordándome como se corre, braceando.
Se une a mí Víctor, su cara un poema. Luego me dijo que iba blanco y con una cara horrible. Intenta animarme, me corta el aire, pero los ritmos son los ritmos, y es duro a 12 kilómetros saber que has vuelto a fracasar. Todo el rato le digo “no voy, no voy”. No sé como me pudiste aguantar, tú animándome sin parar y recordándome como se corre, braceando.
Kilómetro
33 o así, se une el tercer componente de este trío de amigos. Carlos, con su
bici, me anima y con su mirada serena me aporta comprensión. Que ganas que te
recuperes de tu lesión y volver a correr los tres. Desde ahí hasta meta,
SUFRIMIENTO. Tanto es así, que varias veces pensé que no me merecía la pena
correr, así no. Mucho trabajo detrás, aunque disfrute, para tan mal resultado.
Y Victor seguía animando.
Kilómetro
39 lo paso en 2:55:02, no comento los ritmos porque son escandalosamente malos.
Ya estamos en Echegaray y Caballero, sólo quedaba subir por San Vicente de Paul
y bajar hasta el Pilar. En mis sueños, íbamos Víctor y yo, fuertes y tirando a
muerte, en un esfuerzo final, para conseguir mi sueño. En vez de eso, dolor y resignación.
En meta, mi familia. Sabía que lo que iban a ver no les iba a gustar.
Apretamos, algo, el último kilómetro, curva a derecha, izquierda y meta. Total
3:12:26, puesto 109.
Me
abrazo a Víctor, NUNCA lo olvidaré. Supongo que es la sensación similar a
cuando el compañero de trinchera te salva la vida. Llego donde estaba Juan, la
liebre de 3 horas. Veo que también ha llegado exhausto. Abrazo enorme e
infinito, y no comentamos nada, creo que los dos sabemos lo que se nos pasaba
por la cabeza.
Me
reencuentro con la familia, INCONDICIONALES, que se preocupan inmediatamente por mi estado
físico. La verdad que llegué seco y justo.
De
camino a la ducha con Leyre, que paciencia y que apoyo me das, le voy dando
vueltas a la cabeza lo de dejar esta maldita distancia. Ella, lo desearía, pero en
ese momento me consuela. Cuando volvemos del ropero, empiezo a ver cómo todavía
van llegando los descolgados del maratón, esos sí, que son HÉROES. No lo
pienso, y me pongo a animarles, sé lo que significan esas palabras de ánimo
cuando vas mal. Esas miradas que cruzas con los anónimos que te apoyan, son
indescriptibles.
No
sé que pasará a partir de ahora, toca reflexionar y pensar mucho….